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CLINT EASTWOOD

Un director para la historia

 

 

 

 

 

 

 

 

 

A golpe de 'marketing'  ha construido su leyenda. Es lo que tienen los mitos... Clint Eastwood ha controlado cada sombra que proyectaban sus pasos hasta convertirse en el americano impasible. Sin dejar opción a réplica. El punto de partida: que llega al mundo el 31 de mayo de 1930 en San Francisco.  La historia oficial, controlada por él, habla de un niño que se cría en una familia humilde, que sufre la Gran Depresión y se instala en Oakland tras peregrinar en busca de empleo. De que los escasos ingresos de sus padres le obligan a dejar los estudios. De un buscavidas con trabajos de toda índole: de leñador a albañil, de camarero a gasolinero, de socorrista a limpiapiscinas...Clint Eastwood es un reputado actor y director estadounidense que comenzó a trabajar como operador de IBM y tuvo una buena educación. Le interesaban mucho la música y la mecánica. Sus padres de Eastwood se mudaron a Washington en 1949 y Clint hizo pequeños trabajos hasta matricularse en Los Angeles City College, estudios que abandonó para dedicarse a la interpretación. A mediados de los años 50 consiguió participar en varias películas de clase B hasta conseguir un papel secundario En 1958, obtuvo su primer papel como actor secundario en el programa de televisión 'Cuero crudo' junto a Eric Fleming y paso de ser un mero secundario a convertirse en una de las caras más reconocibles del cine de todo el país.

 

Su leyenda vende el sueño americano: el hombre hecho a sí mismo. Sus publicistas se han encargado de divulgar la mística. Por ejemplo, que cumplió el servicio militar como instructor de natación en Fort Ord (California) después de que su avión se estrellase en el océano y salvase su vida alcanzando la costa a nado. El cuartel tenía conexiones con Hollywood y algunos aspirantes a artistas iban allí a amenizar a las tropas. Así conoció a David Janssen y Martin Milner, que despertaron la curiosidad por la interpretación. Empezó unas clases de arte dramático y consiguió un contrato con Universal de 76 dólares semanales gracias a que el agente Artur Lubin se fijó en él. Era esa época en la que los estudios aún pulían estrellas. Y su físico prometía. Era 1955. Durante años desfiló como secundario, sin pena ni gloria, hasta que en 1959 le llegó su oportunidad en forma de serie de televisión: 'Rawhide', con la que se hizo muy popular. El destino hizo el resto.

 

 

 

Hasta aquí la versión respaldada por él, con matices en función de a quién concediese la entrevista. Y después, el contrapunto que puso Patrick McGilligan en 'Clint Eastwood. La biografía', que describe a un Eastwood menos loable. Tanto que el cineasta llegó a demandarle por 10 millones de dólares, aunque el conflicto se dirimió en un acuerdo extrajudicial del que ninguno ha desvelado los términos. «Sí puedo decir que no pagué ni un centavo y sólo tuve que cambiar algunos párrafos», contó el escritor. McGilligan —autor de celebradas biografías de Hitchcock, Fritz Lang o Robert Altman— retrata a un Eastwood mal estudiante —le expulsaron del instituto—, que lejos de crecer en un barrio complicado, lo hizo en Piedmont —zona bien de San Francisco—, donde sobrevivió sin problemas. Ni era tan rebelde ni tan introvertido, dice. Ni tan diestro musicalmente como nos han vendido, ni con talento interpretativo. Apenas cursó estudios superiores dos semestres: Ciencias Empresariales en Los Ángeles City Collegge —donde no exigían haber terminado el instituto—, nada de Ucla o Beckeley como alguien dijo, y sólo se matriculó para evitar ser llamado a filas. Sí le reconoce la destreza acuática, pero le sirve para desmontar al héroe: su comportamiento durante el servicio militar fue huidizo, dice, sólo le importaba seducir mujeres y mientras que su generación luchaba en Corea, él se 'escaqueaba' gracias a la piscina y a una suerte proverbial que ya no le abandonaría. Suerte que le llevó directo a Hollywood gracias a un físico de 1,92, puro músculo e imán con las mujeres. Según McGilligan, por su vida han desfilado centenares de mujeres, ha tenido siete hijos con cinco parejas distintas, a las que ha utilizado sin pudor para conseguir sus fines. Los que fuera en cada momento. Y desvela sonrojantes rasgos de tacañería: como el pavo que exige a la Warner cada Acción de Gracias para regalárselo a su madre, el coche que se queda en cada película o las cuentas que se niega a pagar en sus comidas. Y aún hay más.... simpatizante del Partido Republicano desde joven, volvió a entrar en materia en la convención de agosto de 2012 mostrando su apoyo al candidato Romney para las presidenciales.

 

No está claro el momento exacto en el que Clint Eastwood pasó de ser un sujeto sospechoso por fascista— al símbolo más aquilatado del individualismo democrático. No está documentado con precisión cuándo el hombre que apoyó a Nixon, a Reagan, a Bush (a cualquiera de ellos), a Ross Perot, a John McCain y ahora a Romney en su pelea contra Obama consiguió que su simple y casi procaz ideario político adquiriera una profundidad repentina: desde el más cavernícola de los conservadurismos hasta el liberalismo más irreductible. Y para acabar con esto, tampoco existe fecha para la más asombrosa de las anomalías que probablemente haya vivido la crítica cinematográfica en toda su aturullada historia. El simplismo de la puesta en escena con el paso de los años se transformó en clasicismo; la imposibilidad de un razonamiento ordenado (dialéctica lo llaman algunos) mutó en vigor argumentativo, y la indefinición en complejidad. Poco después del estreno de 'Harry, el sucio', la voz más influyente y autorizada de la crítica estadounidense del momento, Pauline Kael, describía la película desde la páginas de 'The New Yorker' como «un decidido ataque contra los valores democráticos». Y añadía: «Cuando ruedas una película con Clint Eastwood, desde luego quieres que las cosas sean simples, y el enfrentamiento básico entre el bien y el mal ha de ser lo más simple posible. Eso hace que esta película de género sea más arquetípica que la mayoría, más primitiva, más onírica. El medievalismo fascista posee el atractivo de un cuento de hadas».

 

 

 

Figura controvertida, Eastwood ha intentado controlar cada paso en la construcción del mito.  Lo hacía a medida que crecía su carrera. «Quedo bien en fotografía, pero si pienso que eso es actuar, no acabo de entenderlo», reflexionaba en sus inicios. Y de su evolución sí que no cabe la duda. El gran golpe de suerte, el definitivo, le llegó en 1964, cuando Richard Harrison y James Coburn rechazaron el papel protagonista de 'Por un puñado de dólares', de Sergio Leone, rodada en Almería. Eastwood fue la última opción e incluso tuvo que comprar el vestuario —el famoso poncho fue adquisición suya—. A cambió, despegó: los spaghetti westerns 'La muerte tenía un precio' y 'El bueno, el feo y el malo' forjaron su imagen de duro. Atrás quedan errores como rechazar el papel de 'Apocalypse Now', que sí supo quedarse Martin Sheen. En 1968 creó su propia productora, The Malpaso Company, y llegaron 'Harry el sucio', con su mentor Don Siegel, 'El seductor', 'La fuga de Alcatraz'... Y una carrera como director que le ha encumbrado y empezó en 1971 con 'Escalofrío en la noche', que dirigió gratis, porque Universal no querían arriesgar con un novel. Luego se resarció: McMilligan señala que Eastwood «ha ganado más de 500 millones de dólares durante 40 años de carrera», lo que le convierte en uno de los hombres más ricos de Hollywood, «con tierras, inversiones y un flujo continuo de ingresos procedentes de mercados complementarios».Y por si esto fuera poco, yo añado que ha obtenido el Oscar dos veces: al mejor director por 'Sin perdón' (1993) y 'Million Dollar Baby' (2005), dos obras maestras y no olvidemos la inolvidable Los puentes de Madison, pero eso es otra historia.

 

 

 

El actor, que entonces y en el mismo año se estrenaba como director con 'Escalofrío en la noche', se dolía de cada una de las palabras y respondía con actitud, como tocaba a su papel, desafiante: «Primero me tildan de derechista. Después de racista. Ahora de machista. Está de moda conseguir que la gente se sienta culpable por diferentes cosas. A mí me da igual, porque sé en qué lugar del planeta estoy y me importa un bledo». Por aquel año, 1971, Nixon anunció su reelección a la presidencia. Eastwood, republicano desde tiempo atrás, le prestaba su apoyo porque, en declaraciones al 'Washington Post' era «un hombre duro, necesario para dirigir al mundo hacia su meta». A nadie se le escapaba que muchos de los valores que representaba Harry Callahan y su Magnum eran la cristalización de una sensación de impotencia y culpabilidad de todo un pueblo. En las calles de América se cuestionaba a la policía, por arbitratria y brutal, y un poco más lejos, en el mundo exterior, la más poderosa de las naciones perdía por primera vez una guerra en Vietnam. A la vez que en la pantalla se colocaba al frente de ese descontento contra la política y sus políticos (y fuera de ella rendía pleitesía siempre al candidato republicano), en sus declaraciones públicas, quizá para intentar atemperar los ataques de la crítica, se definía como moderado en política, liberal en algunos asuntos (derechos civiles) y conservador en los menos (contra la burocracia estatal y el gasto excesivo del Gobierno). Y esa fue la regla a seguir: hacer una cosa, decir la contraria. Pasados los años, a este mismo periódico, con ocasión del estreno de 'Gran Torino', ofrecía de sí mismo por enésima vez el mismo autorretrato político: «Creo en la filosofía de vivir y dejar vivir. Sencillo. Si se mira un poco de cerca, no hay gran diferencia entre los partidos políticos en Estados Unidos. Son, con pequeñas diferencias, casi lo mismo. Gastan demasiado dinero en asuntos que no tienen importancia. Tiempo atrás, sí que fui republicano. Me hice republicano cuando tenía 21 años. Me preocupaba la guerra de Corea y voté por Eisenhower porque dijo que nos iba a sacar de la guerra y, de hecho, nos sacó. Hace tiempo que no estoy de acuerdo con la forma en que evolucionaron las cosas en ese partido ni en la sociedad en su conjunto». Por supuesto, se le olvidaba el reiterado apoyo a cada candidato del partido con el que, decía, ya no compartía nada.

 

 

Resumiendo, durante toda la década de los 70, Eastwood siguió siendo la diana favorita de un sector de la crítica pese a su declarado empeño de desmarcarse de su rancia apariencia en cada entrevista que concedía. En 1976 (cuando ya había firmado los notables 'westerns' 'Infierno de cobardes' y 'Fuera de la ley'), Kael, siempre ella, le descalificó de forma global al adjudicarle el dudoso privilegio de ser el responsable de la generalización de la violencia en el cine, en lo que denominó «la vietnamización de las películas norteamericanas». Y concluyó: «Clint es la reducción al absurdo del macho actual». Pese a ello, algo ocurrió en los 80 que terminó por hacer no sólo que cedieran las reticencias, sino que, directamente, se le encumbrara como genio de modales clásicos, como liberal sin mácula. De cero al infinito. A un lado el hecho de que Kael, la némesis del cineasta, se jubiló a mediados de la década, la crítica, no sólo la francesa, por fin, se rindió. Dice Patrick McGilligan en su polémica y no autorizada biografía que la culpa del éxito no fue de ninguna película en concreto, sino del conjunto y del propio carácter del hombre frente a las convenciones. Y poco a poco, cada uno de los argumentos que antes se oían en contra, empezaron a tansformarse en el sello inconfundible del autor. Por primera vez, lo que Eastwood decía de sí mismo empezó a valer.

 

Norman Mailer le tildó como «el artista provinciano más importante de Estados Unidos» y otro crítico del momento (Robert Mazzocco) no dudó en calificarle como «la estrella de la economía de la oferta». De golpe, en plena era Reagan (al que apoyó en el 80 y en su reelección cuatro años después), el presidente y el cineasta eran identificados con la misma expresión. El éxito de uno se convirtió en el triunfo del otro. En Francia, siempre ellos, cada una de sus cintas desde 'El aventurero de medianoche' (1982) era recibida como una obra maestra. Para cuando llegó la oscarizada 'Sin perdón' (1992), la cinta que dio cuerpo al 'alter ego' más depurado y estilizado de 'Harry el sucio', Hollywood entero se rendía a sus pies sin el menor amago de duda. Si el célebre «Alégrame el día» de Callahan se leyó en los 70 como una carga de profundidad contra los pilares de una sociedad (la nuestra desde la Ilustración) que confía a los poderes del Estado, no a los justicieros, el monopolio de la violencia; 20 años después, Will Munny («Cuando matas a alguien no sólo le quitas todo lo que es, sino también lo que podría llegar a ser») aparecía para vengar y restituir la figura de su colega policía. Los dos sólo confían en la fuerza del individuo, los dos desprecian a la sociedad. La justicia para ellos es simplemente un instinto, un instinto de sangre. Y así, lo que primero fue despreciado, luego se convirtió en objeto de veneración. Y, de repente, todo el mundo olvidó lo que Harry el sucio nunca dejó de ser...un tipo realmente despreciable.

 

En su última época, de los 90 en adelante, Eastwood ha sabido alternar obras más o menos indiscutibles, con películas protocolarias. En los dos casos, la lista es larga. Desde la excelente 'Cartas desde Iwo Jima', su mayor logro, a la insufrible 'El intercambio'. Y en medio, como mejor metáfora del personaje y de quizá toda su filmografía, 'Mystic River'. En la película protagonizada por Sean Penn y Tim Robbins de nuevo se concita el universo cínico marca de la casa. El mal ocupa cada rincón de una sociedad por definición enferma. Sólo el individuo, solo, puede redimirse y redimirla. De nuevo, el hombre, en su asocial individualidad, es obligado a tomarse la justicia por su cuenta. La novedad, y lo que hace única a 'Mystic River', es que si hasta ahora la moral del justiciero siempre estaba, a su manera, justificada como un mal menor, ahora no. Acaba la película y el buen policía Kevin Bacon descubre que su vecino Sean Penn acaba de asesinar a su amigo de la infancia Tim Robbins por error. Le ha confundido con el asesino de su hija. Entre el fragor de la fiesta, se miran y ya está. Si de forma quizá tramposa Eastwood siempre se las había apañado para que sus vengadores nunca se equivocaran y mataran a quien se lo merecía, esta vez no. El justiciero es, en su salvajismo asocial, perdonado. Pese a lo equívoco del mensaje, pese a lo fraudulento de la supuesta lección moral, la película pasa por ser una obra cumbre que a su manera retrata a la perfección las dudas y hasta ausencias ideológicas de Eastwood. Y, sin embargo, no importa. La transformación ya está lograda. Y nadie discute la maestría ni la pericia del genio. El antes simplemente reaccionario ya es, y para siempre, la esencia del liberalismo, del más auténtico individualismo americano; el antes torpe y simple director de cine de serie B ya es la condensación natural del cine clásico americano.

 

 

 

Ésa es, en definitiva, la transformación que ha sufrido Clint Eastwood. El cineasta es el único ejemplo vivo en la Historia de la cultura popular que ha conseguido que cada una de sus carencias se convierta con el tiempo en clave de su éxito. Los mismos que le denigraron en los 70, le saludaron al final del siglo como el ejemplo más depurado de autenticidad. Frente al rigor luterano del intelectualidad de antaño, el frenesí frívolo del liberal de hogaño.

 

A un lado sus indiscutibles virtudes como cineasta (que son muchas), él es el ejemplo más depurado del triunfo y uno de los directores mas sobresalientes y admirados del mundo

 

!!UN GRAN MAESTRO PARA LA HISTORIA!!

 

 

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